jueves, 9 de julio de 2009

Leer o no leer: ¿a quién le importa?

por Ana María Bavosi
Maestra. Bibliotecóloga

Un problema y pocas respuestas

El tema de la lectura está en el tapete desde hace largos años. Durante muchísimo tiempo fue tierra dominada por la educación, la pedagogía, la didáctica y la bibliotecología; sin embargo hoy ha pasado a ser motivo de estudio para otras disciplinas. Encontramos abundante bibliografía sobre la lectura en trabajos de psicólogos, sociólogos, antropólogos, lingüistas, psiquiatras, y otros especialistas. También hemos comprobado el interés sobre la temática en los editores, libreros, políticos y en los medios de comunicación de masas.

Todo esto nos lleva a pensar (y no sin fundamentos) que se está corriendo el riesgo de llevar el tema a tierra de nadie. Lo que a todos nos queda claro es que la lectura se ha transformado en "problema" y hasta el momento no se le han encontrado soluciones satisfactorias. Dicho problema es de carácter internacional ya que tanto los países desarrollados como los no desarrollados adolecen del mismo mal.

Personalmente y luego de muchos años como maestra y bibliotecóloga, solo me puedo plantear una cantidad de preguntas para las que generalmente tengo pocas o ninguna respuesta.


El lector, cazador furtivo

Retomemos la pregunta del título: “Leer o no leer ¿a quién le importa?” Pero antes de responder a ello, me gustaría compartir con ustedes mi punto de vista sobre lo que entiendo que es leer. Lógicamente, lo que pienso hoy es producto de múltiples lecturas y muchísimas prácticas, pero fueron los conceptos de Michel de Certeau (que conocí allá por el 1999) sobre el lector los que decididamente me proporcionaron la mayor claridad sobre el tema.

De Certeau escribió ”Muy lejos de ser escritores, fundadores de un lugar propio, herederos de los labradores de antaño pero en el terreno del lenguaje, cavadores de pozos y constructores de casas, los lectores son viajeros, circulan por tierras ajenas, nómadas dedicados a la caza furtiva en campos que no han escrito, arrebatando los bienes de Egipto para gozar de ellos. La escritura multiplica su producción por el expansionismo de la reproducción. La lectura no se garantiza contra el desgaste del tiempo (se olvida y se la olvida), no conserva la experiencia lograda (o lo hace mal), y cada uno de los lugares por donde pasa es una repetición del paraíso perdido” (1)

Siguiendo a Anne-Marie Chartier decimos que de esa manera Michel de Certeau “abría el camino para pensar las prácticas contemporáneas de la lectura (las prácticas y no los discursos), con el modelo de la “caza furtiva”. Rompía así con los dos únicos modelos existentes: el de la lectura de formación (o sea de la Escuela o la Iglesia) y el de la lectura de consumo (sea para información o entretenimiento).

Esta metáfora de la caza furtiva permitía pensar las lecturas como trayectorias individuales, constitutivas de identidades particulares. Pero se trataba de prácticas no programadas, de lecturas de textos que con frecuencia aparecían de manera aleatoria en determinadas circunstancias, o a través de redes informales de intercambio, superando con astucia las limitaciones y controles de las instituciones.

De este modo, Michel de Certeau instalaba la antropología de la lectura en el espacio propio del lector y en la temporalidad de su historia singular. Con esto confirmaba la caducidad de una concepción de las prácticas como calcos más o menos logrados de los modelos enunciados por los discursos normativos contradictorios, provenientes de instituciones que definen la lectura en función de sus propias finalidades” (2)

La lectura como práctica de la libertad

La concepción de Michel de Certeau sobre lectura-lector me reafirmó profesionalmente. Intuiciones que me acompañaban desde largos años en el ejercicio de la bibliotecología y el magisterio se transformaron en certezas. Siempre sentí que en la biblioteca todos los niños, decodificaran mejor o peor, leyeran fluidamente o con tropiezos, eran viajeros, paseaban entre las hojas de los libros creando lugares propios, con tiempos que eran únicos e irrepetibles y los momentos vividos mientras leían les otorgaban libertad. Los lectores en la biblioteca lentamente iban reforzando su individualidad y construyendo su identidad.

En la biblioteca los niños leían los libros que sacaban de los estantes; la consigna de la estructura era: Opta por un libro y luego léelo y si no te gusta o no puedes con él, puedes elegir otro.

No había imposiciones en cuanto a la lectura, sí las había en lo referente al uso del espacio y de los bienes comunes. Tampoco había evaluaciones, calificaciones, juicios de valor sobre qué leíste, que quiso decir el autor, cómo se llamaban los personajes, cómo cambiarías el final, (una de las prácticas más aberrantes que fomenta la falta de respeto al autor, creador de toda la obra), etc.

Leer porque sí

Los niños leían porque sí, porque les daba ganas, porque tenían gusto por leer, porque aceptaban el desafío y el trabajo arduo de leer, porque la propuesta era la opción y no la imposición.

Aprendimos desde la biblioteca que lo primero es querer leer y confirmamos esta premisa ejerciendo como maestras de preescolares. Los niños tienen derecho a tener un espacio para los libros y hablo de un espacio digno, un estante sencillo a su alcance, donde se colocan los mejores libros seleccionados (y no los pedazos de libros o los que llegaron de “donación”) y, por supuesto, leídos por el maestro con el único fin de compartirlos.

Muchas veces he escuchado a mis colegas (maestros y bibliotecólogos) quejarse de la falta de hábitos en el uso del libro por parte de los niños y siempre respondo: ¿cómo crear hábitos sin la práctica diaria? Si no disponen de libros en sus casas, si el maestro o el bibliotecólogo no muestran su afinidad por ellos en la cotidianeidad, ¿cómo sentar un precedente? ¿ de donde sacar un modelo?

En más de 44 años de estar con niños de todas las edades y de diferentes grupos sociales y culturales, nunca encontré niños que se resistieran a querer leer. Ahora bien, es importante señalar que el querer leer surge de la propuesta adulta que muestra el maravilloso mundo de lo que se puede llegar a leer. ¿Quiere un niño un caramelo si nunca se lo mostré o se le di a probar?

Leerles libros, mostrarles libros, dejar que toquen los libros, siempre tendrá la misma repuesta por parte de los niños: querrán tener entre sus manos esos libros. Pero mostrar los libros con el fin de cumplir con un punto del programa, leer algunos libros a veces y guardarlos bajo llave para que no se rompan, atesorar en el mueble biblioteca de la dirección centenares de libros para usar en contadas ocasiones, esa práctica no nos hace lectores.

Hay excepciones, pero no las suficientes, si nó no estaríamos hablando y escribiendo sobre el problema de los no-lectores.

En lo referente a poder leer y saber leer, eso es otra cosa. Aquí dejo el espacio para otros y solamente agrego que fui varios años maestra de primer año escolar y muchos de mis alumnos no pudieron aprender a leer correctamente. Pienso que me faltó preparación, formación y conocimiento de diferentes metodologías. También fui maestra de sexto año y me encontré con muchos alumnos que, con esa edad, no sabían leer. Actualmente soy profesora universitaria y puedo asegurar que muchos jóvenes leen mal, no comprenden lo que leen y tienen serios problemas afectivos con la lectura.

El tema se complica y creo que lograr que se quiera leer es prioritario y está en relación directa con el futuro del individuo como lector. Si muy tempranamente se quiso leer, se generaron las ganas de leer, puede ser que este quiero leer ayude en otra etapa, la de de la imposición o la autoimposición, en la etapa debo aprender a leer.

Somos maestros de antes para un mundo nuevo
Pasemos a la pregunta ¿a quién le importa?
Importa a muchos, algunos con mucho poder y otros sin poder o con poco poder.


Algo es común a todos a quienes nos importa el tema: venimos de la galaxia de Gutemberg; defendemos en general nuestra concepción de lectura porque nuestra cultura está basada en el libro. Pero tenemos que reconocer que estamos viviendo inmersos en una nueva cultura, producto del sistema económico y político que impone la necesidad de un nuevo objeto de consumo: la computadora. Los niños y jóvenes del ciberespacio forman parte de esta nueva cultura. La propuesta ahora es esencialmente la de la lectura rápida, útil, que agilice, que dinamice, que rinda. En otras palabras: el fin estético de la lectura quedó atrás.

Pero la historia de la lectura es muy vieja y siempre estuvo rodeada de intereses muy fuertes, todos provenientes de los poderes económicos y políticos. Prohibida durante siglos para las mayorías, permitida sólo para algunos elegidos, se libera (en parte) con la invención de la imprenta. Pero al decir de Marshall McLuhan, “la imprenta, un recurso repetidor confirmó y amplió la nueva tensión visual. Proporcionó la primera “mercancía” uniformemente repetible, la primera línea de montaje: la producción en masa”.

El libro debió entrar en el mercado y competir como objeto de consumo. Y la historia nos dice que la necesidad de alfabetizar a las masas no tenía solo intereses humanitarios, existían otros que eran los del poder político y económico.

Siempre me pregunto: ¿le importa al poder que todos lean? ¿Los gobiernos están sinceramente interesados en erradicar el analfabetismo o mejorar la situación de los llamados “iletrados”?

Otorguemos un voto de confianza a los poderes políticos y con mucho esfuerzo a los económicos y pensemos que es sincero su interés. Pero, y siempre hay un pero, debemos estar atentos e informados ya que los intereses del poder nos afectan siempre.

Y a los maestros, ¿nos importa que los niños lean? No lo dudo. Los maestros necesitamos que nuestros niños lean para el buen ejercicio de nuestra profesión. Trabajar con un grupo de niños donde existe un porcentaje importante de no-lectores es siempre una difícil tarea.

Pero ¿estamos apoyados en la tarea de motivar la lectura en nuestros niños? ¿Disponemos de bibliotecas escolares organizadas técnicamente en cada escuela? ¿Reciben los maestros asesoramiento sobre literatura infantil o material de información en general? En fin, ¿se nos motiva a los maestros para que continuemos leyendo como adultos?

Imaginemos con los niños una nueva biblioteca


Creo que tenemos mucho por hacer y sobre todo para pensar en los errores cometidos. Necesitamos un verdadero sistema de bibliotecas escolares, un verdadero sistema de bibliotecas públicas y populares; y no digo nada novedoso: ya lo planteó José Pedro Varela en su reforma escolar.

Lamentablemente nunca se puso en práctica y por eso llamamos "bibliotecas escolares" a los muebles que están en las escuelas llenos de libros, sin organización técnica y sin personal capacitado. Error, terrible error.

No podemos improvisar. Debemos ser cautos y analizar las causas que nos llevaron a tener una situación tan deficitaria en el tema de la lectura a nivel nacional. Largos años de gobiernos incompetentes nos llevaron a la crisis en la que estamos sumidos y salir a flote no es tarea fácil. No nos engañemos, no lograremos que nuestros niños, jóvenes, adultos lean, haciendo campañas de recolección de libros. No lograremos que nuestro pueblo lea lanzando consignas bien intencionadas. Lograremos algo si seriamente pensamos en la instrumentación de buenas bibliotecas, modernas bibliotecas y no hablo de lujosas u ostentosas, sencillamente lugares dignos donde los ciudadanos puedan sentirse en libertad, ejercer a pleno sus derechos y cumplir con sus obligaciones.

Un pequeño detalle más. No olvidemos que a editores, libreros, impresores, papeleras, forestadoras, les importa mucho que todos lean, pero sus intereses no siempre son los nuestros; en los de ellos, las ganancias están en primer lugar. Nuestra propia perspectiva se aclara cuando entendemos que leer es poder . Bien que lo saben los poderosos que siempre son buenos lectores y saben de censuras y de modos sutiles de prohibiciones y de cómo promocionar los libros que “deben ser leídos”.


Notas:
1. En: Historia de la lectura en el mundo occidental Guglielmo Cavallo, Roger Chartier. Taurus, Madrid, 1998

2. La lectura de un siglo a otro. Discursos sobre la lectura (1980-2000) Anne-Marie Chartier y Jena Hébrard, Gedisa, Barcelona, 2002.

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